domingo, 3 de abril de 2011

EL GUIÑO DE LA VIDA

Cuanto misterio encierran las horas en que estamos vivos. Y cuánta necesidad de sentirse vivo para resolver el acertijo. Cuantos ojos semiabiertos observándose curiosos, expectantes, casi temerosos, intentando reconciliarse con la vida. Cuantos rostros reclamándose frente a un espejo cada mañana. Cuanta plegaria dicha entre dientes a un dios desconocido. Cuantos consejos autocompasivos. Cuanta comprensión desvanecida por el miedo de lo incierto. Cuanta ilusión mañanera dibujada en una sonrisa. Cuanta pose. Cuantos criminales del alma sentados en un váter estudiando meticulosamente la frase punzocortante con que humillarán en público a su enemigo, repitiéndosela así mismos una y otra vez como quien se aprende un guión hasta que salga con la naturalidad de quien tiene una respuesta inteligente para todo. Cuanta decepción montada en una báscula.  Cuanto punto negro, cuanta mancha, cuanta arruga, cuanta grasa! ¿Cuanto egocentrismo se necesita para ser feliz? Cuanta espiritualidad  ceremoniosa atrapada en un cuarto de baño rindiendo culto al acto de salir cada día, atrapar el mundo o dejarse atrapar por el. Cuanta gente flotando despiertos en el mismo sueño narcótico del inconsciente colectivo.
Luego el mundo, extendido con toda su generosidad caprichosa se abre de par en par como un campo de batalla. El sol calienta el mercadillo de la vida y comienza a surtirse de rostros la sabana mundana. Depredadores y presas de todos los colores, de todos los tiempos, de todas las épocas. Almas y cuerpos danzando desordenados al son de tóxicas caravanas; pitos, gritos, taxis, colas, estornudos, autobuses con forma de gusano que entorpecen la vida, motos temerarias poseídas por el espíritu de alguna mosca todopoderosa, insectos urbanos, metros desbordados de corazones urgentes. Despierta el hambre de poder, la sed de vivir, la necesidad de existir. La vida se nos plantea como una pregunta sin respuesta, la enigmática búsqueda de aquello que no tenemos pero que necesitamos sin saber qué es exactamente, el je ne sais quoi? Los minutos dan vueltas de carrusel sobre las mismas agujas del  reloj que miramos una y otra vez sin enterarnos qué hora es. Un túnel nos deja sin señal, un no vidente se dispone a parar el tránsito y valido de su invalidez se apodera jactancioso de un paso de cebra al tiempo que una mujer aprovecha el retraso para corregir con Estee Lauder toda su tristeza mientras un hombre atrinchera sus pensamientos viriles tras el oscuro cristal de unos D&G que le ofrecen inmunidad y elegancia. Se los compró a un africano en la calle pero es un secreto. Se dilatan las pupilas, brotan las miradas y como espejos del alma los ojos regurgitan la verdad de lo que sentimos;  alegría, ira, envidia, pena, amor, odio, lascivia, esperanza, maldad, pecados, virtudes…
Y en esa peregrinación urgente hacia la nada, nos seguimos haciendo planteamientos mientras barremos el suelo y limpiamos los techos con la mirada perdida en la ingravidez. Vamos haciendo operaciones matemáticas y calculando mentalmente el número perfecto; la cifra en números impares que forma  los mejores momentos de nuestra vida, es decir; de 0 a 3 años. Sacamos la rentabilidad de la belleza calculando la edad más las arrugas al cuadrado dividido entre el monto gastado en cremas, botox, gimnasios y otros misceláneos correspondientes a enderezado y pintura. El número de la lotería que nos hubiera hecho millonarios de haberlo comprado, la hipoteca que terminaremos de pagar para cuando vivamos en una no menos cómoda residencia geriátrica,  la suma de personas que han pasado por nuestra vida menos el número de ellas que nos han aportado algo para obtener con exactitud el número de veces que hemos perdido el tiempo multiplicado por el número de días. Esa es la fórmula de la decepción. El número de veces que nos han sido infieles mas la cifra con dos decimales de las veces que hemos perdonado, igual al número de cupones que tenemos para canjear en el infierno por un pequeño ventilador marca Whitewestingmouse made in china. Las veces que nos hemos enamorado menos el número de veces que verdaderamente ha sido recíproco dividido entre las estupideces que llegamos a cometer producto del enajenamiento emocional. Las paradas que faltan, el número de kilos que nos sobran, la cantidad de dinero que nos hace falta, lo que debemos, lo que nos deben, la edad de la pensión, el número de días acumulados de vacaciones, los cumpleaños, el monto total de lo que cuesta nuestro capricho más deseado, buscamos una ecuación capaz de darle sentido a tanto número sin sentido, la fórmula de la felicidad quizá.
Más allá de los algoritmos y la matemática aplicada a las nimiedades existencias hay quienes simplemente deambulan ociosos por los amplios pasillos de la vida, como si se tratara de un inmenso supermercado; todo lo miran, todo lo tocan, todo lo prueban, todo lo quieren y envejecen con el alma vacía  a falta de razones que nunca encontraron. Otros por el contrario, buscan con desespero entre la muchedumbre, anhelando historias urbanas, soñando con amores tan improbables como lejanos a sus verdaderas necesidades. Afuera como en la selva, hay que estar alerta, atento a descifrar las miradas;  miradas que atrapan, miradas capciosas, lascivas, iracundas… miradas infieles, ojos grandes que desnudan, ojos esquivos que disimulan emociones, miradas lastimeras, miradas lastimosas, ojos lacrimógenos de quienes ni siquiera intentan esconder su momento, ojos que mienten. Miradas que seducen, que minimizan, que sonríen, miradas maliciosas, ojos pequeños que miran con admiración, corazones que cuentan historias conmovedoras a través de un parpadeo.
Sí, cuanta vida hay atrapada en una mirada,  cuanta historia, cuantos dolores inmóviles que ya no nos producen nada, cuantas alegrías olvidadas por la amnesia de deja el tiempo, cuantas soledades mórbidas por no querer aceptar la verdad que se nos escapa en un guiño. Cuantas veces nos hemos escondido en unas gafas. Cuan insignificantes, cuan pequeños somos. Inútiles renacuajos susceptibles a que una sola palabra nos cambie por completo la vida: soledad, felicidad, dolor, muerte.
  

1 comentario:

  1. Aquí en la América, paseamos por la vida sin trenes, andamos por calles polvorientas, con una sonrisa de ingénuos, sin esquivar miradas, ni azares. Y la felicidad se pasea alto entre nosotros - peatones del tercer mundo-, la miro volar, dibujada en el pico del tucán. Y le sonrío.

    Un fuerte abrazo !

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