viernes, 5 de agosto de 2011

El capricho de vivir
Tengo un “paciente” a quien, según la nomenclatura moderna debería llamarle “cliente” pero prefiero llamarle amigo, sin comas ni formalismos porque Manuel, a sus  ochenta y largos años, débiles y gastados, ya no entiende de cosas modernas, ni sabe que está enfermo, ni revisa cuentas de bancos. Manuel solo sabe que está viejo y me atrevo a pensar que está cansado, cansado de estar viejo. Me lo han dicho sus ojos, unos ojos pequeños que hablan bajo y cuentan despacio. Los mismos que han visto al sol ir y venir tantas veces que ya les da lo mismo que un día no regrese. Manuel no sufre de nada y padece de todo pero está enfermo de vida, que es mas caprichosa y letal que la misma muerte, y  lo está matando a sus antojos, lenta e inútilmente porque en eso consiste morir para un adicto a la vida. Cuando lo miro entiendo y me asusta pensar que la vida un día se encapriche conmigo o yo con ella y entonces no me pueda ir a tiempo, a mi tiempo, y me engorde de años y me emborrache de vida y luego no quiera llevarme la muerte  donde emigran las almas.

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