EL ARTE DE CAER
Caer es síntoma de
estar vivo. Caer y saberse levantar con dignidad, es el arte de dominar el
suelo. Caer, levantarse e intentar reconstruirse para volver a subir, es el
arte de dominar la vida. Cuanto más duro el golpe, más firme estará el suelo
para volver a construir. Caer no marca el final de nada ni de nadie; solo es el
principio de una nueva etapa, un suelo nuevo desde dónde comenzar y como casi
todo, las caídas con los años se
convertirán en memorias y se las recordará con la resaca del dolor o con la
pasión que el corazón aguante y hasta habrá
más de una que ya ni recordaremos pero lo cierto es que, en medida que pasa el tiempo,
pasarán a ser la ilustración del cuento que contamos. En lo personal, puedo
decir que se me ha visto caer de pie, con la precisión y elegancia de un
acróbata, también de culo, torpe y
pesado como una vaca, despatarrado, pata arriba, pata abajo, con las dos patas
metidas hasta el fondo y lo peor es que, a mis treinta, aún me faltan menudas
piruetas por hacer en el aire y en el suelo. Hablo del circo de la vida (un
espectáculo cruel), hablo de ese billete “one way” hacia el amor (sale carísima
la vuelta cuando no funciona), hablo de saber ser lo humanamente susceptible
para dictar sentencias razonablemente justas y tener la humildad necesaria para
entender y aceptar la culpa en la eterna
querella de la vida; perdonar y pedir perdón. Perdonar nos prepara para un
nivel emocional superior y la culpa aceptada, asumida, reflexionada y
entendida, también. Algunos le llaman
derrota y contrario a lo que definen los diccionarios, no me parece que sea “un
fracaso”, ni un “sometimiento”, ni un “vencimiento”, mucho menos una “pérdida”.
En el ser humano, la derrota solo es una lesión al anhelo por algo, una dosis
amarga de humildad para el ego, un
memorandum interno en el que la vida nos recuerda que “humano” y “efímero” son
la misma cosa.